Supongo que la mayoría habrá llegado hasta la entrada de este modesto blog ansioso por conocer la respuesta a la pregunta que le da título. Trataré de satisfacer vuestra, digamos, curiosidad a la mayor brevedad. No quisiera ser yo uno de esos reprobadores mal intencionados que prejuzga y osa tildar de morbosa a la gente solo porque ambicionen instruirse y adquirir algunos de los valiosos conocimientos que hoy día la red, bendita red, proporciona libremente. Hay que tener en cuenta además que por su categoría, la pregunta podría incluirse perfectamente en eso que los politólogos llaman "cuestión de Estado" y se sabe que en España somos extremadamente tendentes a conocer y participar activamente en asuntos de política que afectan al bien común.
Muchos de vosotros habréis supuesto ya mi contestación. No en vano nuestra prodigiosa naturaleza nos confiere con inusual frecuencia una portentosa capacidad intuitiva de la que solemos jactarnos orgullosamente (cierto es que normalmente a posteriori) pero de todos modos ahí va la respuesta :
"No sé que tipo de calzoncillos usa Rajoy" pero ese no es motivo suficiente para tenerle miedo. Del mismo modo, conocer la clase de boxers o el color de los slips con los que el señor presidente sujeta sus "analogías" sería circunstancia relevante para decidir dejar de respetarle, aunque solo sea atendiendo a su condición de ser humano.
Digo esto porque la actitud de Rajoy y sus acólitos tratando de dibujarnos un panorama aterrador con el fin de llevar a cabo sus políticas neoliberales ante nuestra indolencia, me recuerda a la de una profesora de instituto que me dio clase de Historia hace ya algunos años (todavía no tantos). Era una mujer oronda, probablemente próxima a la jubilación, aunque con dieciséis años cualquier persona que aparentase llevar a las espaldas más de cuatro décadas lo parecía. En cualquier caso, parecía indudable que la buena mujer había iniciado su carrera docente durante el "Antiguo Régimen" y sus métodos todavía pertenecían a él.
La maestra, pongamos que se llamaba Gloria. Pues bien, Gloria llegó al instituto días después de presentarse en él su sanguinaria fama. El primer día de clase se presentó vigorosa y falsamente amable con la sana intención de predisponernos para posteriormente comenzar a inculcarnos a quemarropa su doctrina. Eran casi dos metros de señora con cara de no haber dormido bien y un maquillaje que no conseguía hacernos distinguir si aquella mujer estaba realmente viva o se levantaba cada mañana de su tumba dispuesta a comerse las vísceras del alumno que no se aplicara. Nosotros entonces, ya sabíamos que la habían echado de todos los centros en los que trabajó anteriormente (incluso de un colegio de monjas). Sabíamos que día sí y día también se enfrentaba a juicios con padres, alumnos, otros profesores y todo aquel que se pusiese por delante. Y sabíamos, lo más importante, que era imposible aprobar la asignatura a no ser que en el examen escribieses las respuestas exactamente y palabra por palabra tal y como ella quería. Ahora la teníamos delante, y he de decir, que su prestigio se sumó a su presencia con tal virulencia que al salir a los pasillos en el descanso, la mayoría coincidimos en que había sido una de las experiencias más espeluznantes de nuestras cortas vidas.
No me perderé en anécdotas debido a mis problemas de memoria episódica pero si recuerdo que la dinámica de aquellas clases era infernal. El ambiente estaba infectado de tensión y Gloria parecía disfrutar incrementándola, disparando continuamente preguntas y apuntándonos con su mirada endemoniada. Tenía la dudosa habilidad de elegir siempre a los que no nos sabíamos las respuestas y con cada cuestión fallada, sus desmesurados carrillos iban cogiendo color hasta amoratarse, sus ojos salían de las cuencas inyectados en sangre y de su cabeza más de uno hubiese jurado ver salir un espeso humo negro. Entonces, de su sórdida garganta se escapaban unos estridentes sonidos que pretendía hacer pasar por palabras con los que conseguía vapulearnos como si mostrar nuestra ignorancia en público no fuese suficientemente cruel.
Es muy probable que las cuestiones que nos plantease fueran de sentido común o que deberían haber sido estudiadas en su momento. Es sumamente factible que el ochenta por ciento del alumnado tuviese mayor interés en saber quien ocupaba esa semana el número uno de los cuarenta principales que el año en el que empezó la Guerra Civil pero dudo que su actitud sirviese para despertar ningún tipo de inquietud académica en ninguno de nosotros. Claro que no creo que esa fuese su intención. Y a pesar de todo, los hay empeñados en decir que cualquier Ley de Educación pretérita fue mejor. Es opinable.
Gloria era una maestra de la vieja escuela, de esas que todavía no sabía que existía una diferencia (no tan sutil) entre el respeto y el miedo. Hasta que llegó el tiempo de nuestra venganza. Fortuita, así pienso que fue como se desarrollaron los hechos a día hoy, pero no por ello menos suculenta. Como ya he debido decir y sin pretender cebarme en este aspecto, era una persona bastante alta y muy gruesa. A pesar de los años y de mis problemas de memoria que creo haber mencionado también, no me equivoco demasiado si me aventuro a aseverar que superaba las tres cifras en kilos. Es importante citar su envergadura debido a la responsabilidad que esta sin duda tuvo al ejercer presión en el reposabrazos de la vetusta silla sobre la que la educadora se sentó. El asiento debía de estar también próximo a la jubilación pero por desgracia no pudo sobrevivir al fatal accidente. Su carrera se truncó en ese momento al no poder aguantar el peso de su eventual inquilina. Entre aspavientos y con cara de estar siendo absorbida por un agujero negro, Gloria se derrumbó. Su curvilínea espalda al contactar contra el suelo rodó ligeramente, lo suficiente para que sus piernas se elevasen por encima de la cintura y provocasen que sus faldas cediesen terreno, dejando al aire sus muslacos y en última instancia, sus enormes bragas.
Toda la clase contempló el espectáculo pero no se escucharon más que leves murmullos. Nadie se atrevió a carcajearse...hasta que la docente se levantó y la dio por terminada huyendo con la cabeza enterrada en los hombros. A partir de ese día algo cambió en nuestra relación con la maestra. Evidentemente seguimos teniéndole miedo, más todavía si cabe a raíz del incidente pero le habíamos perdido totalmente el respeto y nunca más conseguiría ganárselo. No todo fue negativo para Gloria. Ese día, al menos aprendió la diferencia entre el miedo y el respeto antes de concluir su trayectoria profesional.
Lo que quería contar a fin de cuentas es que como por lo que parece, no hay nada de lo que digan, por muy falso, demagógico o perverso que pueda llegar a ser, que les haga ruborizarse; todos los políticos deberían quedarse con la ropa interior al aire en público al menos una vez en sus vidas. Lo máximo que sacaremos de ellos, por muy pueril que pueda parecer, es el placer de observarles sintiéndose ridículos. Todo lo demás ya se lo han llevado o están haciéndolo en estos momentos.
Por cierto, supongo que no os interesa y que posiblemente os lo podáis imaginar teniendo en cuenta que la intuición no nos suele fallar, pero os lo cuento :
Negras...... sus bragas eran negras.