lunes, 20 de febrero de 2012

POSESIÓN


Ella se aferraba a su presencia como nunca lo había hecho antes. Recordaba su vida con él desde que tenía memoria pero nunca lo había sentido tan cerca...tan suyo. Siempre intentaba mostrarse cariñosa; quería que supiese que estaba ahí y que debía contar con ella. Ningún beso era redundante, ningún abrazo trivial mientras lo sintiese cerca.

A él le empezaba a preocupar cada vez más su actitud. Hacía semanas que notaba un exceso de celo que comenzaba a resultar enfermizo. Desde que contempló sus pequeños ojos achinados por primera vez, hacía dos años y medio ya (el tiempo pasa para todos), supo que la querría para siempre y que su vida se centraría en tratar de hacerla feliz, costase lo que costase. Pero no estaba acostumbrado y en ocasiones, su ofuscado comportamiento le parecía extremadamente irritante.
Ella quería acompañarlo a todos lados, a todas horas. Era demasiada la frecuencia con la que montaba "escenitas" cuando él se iba de casa, aunque fuese por motivos laborales. No permitía que nadie se le acercase, que nadie osase entablar la más mínima conversación. En ocasiones incluso llegaba a desatar su furia golpeando a quien pretendiese algo más que saludarle.

Él estaba al borde de la desesperación. Sus allegados trataban de animarlo, diciéndole que seguramente se trataba de un conducta pasajera y que todo volvería a ser normal en poco tiempo, pero no sabía que pensar. Recordó entonces a un viejo amigo que hacía mucho que no saludaba. Había escuchado decir por ahí que trabajaba de psicólogo o de psiquiatra o alguna profesión de esas que tratan a gente que pierde la calma y se decidió a quedar con él.

Ella, por supuesto, lo acompañó. Para no levantar sus sospechas, decidió citarse en un bar cerca de la consulta del amigo dónde siempre hacía pausa para llenar el estómago a media mañana. Tardaron plato y medio en ponerse al día mientras ella daba cuenta de su menú a regañadientes, sin entender una palabra de lo que decían y sin querer disimular su frustración. Después él entró en materia y explicó a su amigo el gran problema implorándole una solución que le permitiese volver a descansar por las noches.

-Tranquilo hombre, no tienes porqué preocuparte de nada - dijo el amigo con una gran sonrisa. - Estás cosas son totalmente normales, echarás en falta el día en que no te necesite tanto- prosiguió levantándose de la mesa y tendiéndole la mano entre carcajadas pues se acercaba la hora de regresar a la consulta. Ella observaba la conversación y frunció el ceño al percatarse del gesto. Irritada, golpeó con rabia el brazo del amigo tratando de evitar el amistoso apretón de manos mientras gritaba con su dulce vocecita ofuscada: -Papá "ez" mío -