jueves, 19 de abril de 2012

DESAHUCIO


Seguro que hubiese elegido ser cualquier otra cosa. ¿Un ave selvática? Eso estaría bien. Un aventurero, un deportista olímpico, quizás un reptil. Posiblemente se conformaría con no ser más que un insignificante insecto. Pero el libre albedrío no era una cualidad inherente a su naturaleza.

Pasó sus años de vida útil al servicio de una humilde familia en el extrarradio de Dios sabe que ciudad. Soportó condiciones meteorológicas adversas y en ocasiones se llevó más de un golpe; algunos fortuitos y otros no tanto. Sin embargo, y en este caso por suerte, el dolor y el sufrimiento eran otras de las capacidades que su condición no disfrutaba.

Si pudiese escuchar se sabría de memoria todos los éxitos de gasolinera de los ochenta. Probablemente su postura estaría cercana al extremismo si se le preguntase acerca de Los Chichos, Calis, Chunguitos, Junco... Para bien o para su desgracia Ludwig Van nunca paraba a repostar por el barrio.

Pudo haber visto, en aquel desamparado hogar que ayudó a crear, acontecimientos de desbordante felicidad (los menos), de incontinencia frenética, de enajenación mental transitoria, de incontinencia verbal, de fertilidad certera, de incontinencia fecal, de usos y abusos, de incontinencia suma, de consecuencias punibles, etc... Pudo haber sido testigo de cargo de las palizas que aquel hombre propinó a su mujer y a los cuatro hijos que llegó a engendrar.... si no careciese de ojos y de boca. Si tuviese la capacidad de desear que se pudriese en la cárcel... si fuese quien de jurar, juraría que hubiese pasado "enjaulado" mucho más tiempo del que ya cumple.

Razonando, encontraría argumentación suficiente para tratar de convencer al juez, a la Guardia Civil o al político de turno. Ahora que ella se había atrevido a denunciar a su verdugo, la Justicia no podía dejarla en la calle con sus cuatro pequeños. Con un poco de humanidad conseguiría una moratoria para que pudiese encauzar su vida de nuevo.

El alma se le partiría escuchando a la mujer, ante la puerta, defender la chabola entre sollozos. Tras la orden, las quejas se perderían ahogadas por el estruendoso ruido del motor de las retroexcavadoras al arrancar. No podría soportarlo, después de tantos años juntos.

Una vez concluida la demolición, hubiese sido objeto de multitud de comentarios si los allí presentes se percatasen de su supervivencia. Pero todos estaban inmersos en sus propias tribulaciones y a nadie pareció importarle que fuese lo único que permanecía intacto después de la violenta destrucción. Sara fue la única y, todavía presa de la ira y la impotencia, reparó en él. Se hubiese sentido halagado, tras compartir techo durante tanto tiempo, pero después de todo no era más que una vulgar piedra inerte.

Sara, agarró el único ladrillo que resistió la embestida de la maquinaria de demolición y, acercándose por detrás y a traición, lo arrojó con toda su rabia hacia el grupo de personalidades que ya abandonaban el lugar tras verificar que se cumplía la orden judicial. Alcanzó a uno de los tipos trajeados que cayó al suelo tras recibir un impacto que resultó suficiente para reventar su occipital. El ladrillo se partió en mil pedazos que se desperdigaron por el árido suelo. Entre los trozos de arcilla cocida se advertía la sangre que resbalaba por su superficie como si brotase de su interior; como si realmente fuese su propia sangre.