Ahora que empiezo a tener la edad suficiente y, por momentos, la motivación necesaria comienzo a admitir la posibilidad de haber nacido con el paso cambiado. Si hubiese cumplido con la patria, por ejemplo, habría ganado nueve meses de brillantísimas historias, pero me declaré objetor de conciencia y estuve dando esquinazo al servicio militar a base de prórrogas de estudios hasta que nuestro gran "benefactor" Jose María tuvo a bien redimirnos del mismo, en un afortunado intento por mostrar su lado amable a la juventud de los años 90 (probablemente el único). No haber ido a la "mili" sin embargo, no ha sido motivo suficiente para no tener la sensación de haberla vivido sea prestando oídos a las experiencias de familia, amigos... tantas veces repetidas que podían llegar a provocar un hastío insoportable, sea a través de innumerables relatos y películas con más o menos acierto narrativo. En aquella época, no cambiaría de opinión aunque un "yo" del futuro viniese a guiarme y me convenciese argumentando que necesitaría esas vivencias para llenar entradas en mi futuro blog pero reconozco que, hoy en día, escucho con atención y cierta envidia de abuelo Cebolleta frustrado las "historias de la puta mili" contadas por alguien que nunca soy yo.
Ayer, leyendo el periódico local, me explotó ante los ojos una noticia en la que se anunciaba la presentación de un libro que hacía un recorrido histórico por el panorama cultural y musical de la década de los 80 en Vigo. Enseguida asaltaron mi memoria grupos referentes como Semen Up, Os Resentidos... Reconozco que me invadió una "morriña" estúpida, y esa estupidez se agigantaba en la medida que iba evocando mis propias experiencias en aquella época. En esas mañanas de los ochenta, cuando probablemente Miguel Costas, Germán Coppini y el resto de la troupe de la movida dormían hasta altas horas los excesos de las noches de cerveza, hierba y labios ajenos, yo me sentaba en un pupitre de un colegio público de un barrio vigués...remando río arriba y sin saber que terminaría añorando las cosas que aquellas madrugadas no iba a vivir nunca y sobre las que tampoco podré escribir en primera persona.
Me centré sin embargo en esa década, y en ese colegio del extrarradio en el que lo más destacable era que jugábamos al fútbol o a las canicas, patio con patio, con los reclusos de la penitenciaría local de la que solo nos separaba un enorme muro de piedra y, a algunos de nosotros posiblemente, unos cuantos años de correrías. Ni siquiera tuve en suerte estudiar en un colegio religioso, de férrea disciplina y reminiscencias de regímenes pasados, donde se sucederían, a buen seguro, un variopinto puñado de historias enriquecedoras y de anécdotas agudas que fuesen más allá del "Padre Nuestro" con el que desayunábamos todas las mañanas por mucho que jurasen educarnos en el "secreto de la aconfesionalidad". Los profesores tenían nombres y apellidos, ni un triste mote con el que poder amenizar el relato. Por no tener, no tenían ni a bien darnos sopapos demasiado a menudo en ese engendro de liceo y, así, no hay cuento que se sostenga. Recuerdo a algunos de mis compañeros (al tiempo que voy en busca de la piedra que ha vuelto a rodar montaña abajo) y no acierto a distinguir al pelota, ni al cuatro ojos que fuesen el blanco del abusón repetidor beneficiándose de sus meriendas...me pregunto si las anécdotas de pobres, solo tenían lugar en los colegios de ricos...
Los años que siguieron, vinieron acompañados por la misma inercia. Pasé el bachillerato leyendo y viendo la tele cuando los demás descubrían el calimocho y el "grunge". En la Universidad, "ennovié" demasiado pronto así que cuando todos disfrutaban los jueves como si fuesen los nuevos sábados a mí me tocaba fregar los platos y frecuentar los multicines. Cuando tocaba boda, ya me había "divorciado", y sospecho que mi genética puede producir alergia o algo peor así que estoy pensando muy seriamente en no hacer pasar a mis futuribles descendientes por un mal trago innecesario. El hecho es que por unas cosas o por otras, mi vida ha ido pasando y nunca he tenido nada interesante que decir. Recuerdo mil y una conversaciones de barra y vaso de tubo postergando mis intervenciones contribuyendo al dinamismo de interesantes relatos ajenos...interesantes, pero excesivamente largos, a mi parecer. Por eso ahora, me encuentro de cuando en cuando aporreando compulsivamente las teclas de mi portátil y me apropio de pedazos de narraciones de lo demás, de los que han sabido estar cuando había que estar y de los que siempre han hecho lo que se supone que tenían que hacer, brindando porque lo han sabido contar. Espero sepáis disculpar la intromisión en ningún caso malintencionada (bueno, en casi ningún caso). A mí solo me queda por explotar mi presente, del que prefiero no contar nada para no llegar a parecer petulante o ególatra. Ya habrá tiempo de hablar de él dentro de treinta años si decido dejar de nadar contracorriente.