lunes, 2 de diciembre de 2013

HAY DÍAS....

     Era un día de esos malditos. Todavía no has despegado los párpados, aún merodean por tu imaginación las escenas difusas de la última pesadilla nocturna y ya sabes que el día, por algún motivo ignoto, no va a ir como debería. 

     Aturdido, te diriges al cuarto de baño y no aciertas a encender la luz. En penumbra, impregnas el cepillo de dientes y solo cuando empiezas a restregarlo por los incisivos caes en el maldito error (un segundo antes de notar cómo la lengua empieza a arder sin remisión).

    Te rebanas el cuello afeitándote; los niños se pelean como gorilas salvajes durante el desayuno; no encuentras ninguna camisa planchada, sales de casa con los zapatos desparejados; el coche no arranca ni a la de tres; los pequeños llegan tarde al colegio, y te ponen una multa antes de llegar a la oficina.

     Antes de empezar a despachar, te preparas un café con leche de la máquina expendedora que sabes que te destrozará el estómago pero que necesitas para hacer un pequeño alto, respirar hondo y comenzar la jornada con la mejor actitud posible, y es en ese intervalo cuando empiezas a notar la congestión. A media mañana has gastado dos paquetes y medio de pañuelos de papel y el dolor de cabeza que ha ido apareciendo desde primera hora ha alcanzado un nivel insoportable. 

     Pides a tu jefe el resto del día libre para poder recuperarte y éste, inflexible, te devuelve de una patada a tu asiento insinuando que finges tu malestar. Malhumorado continúas la jornada y caen en tu mano esos ordinarios papeles que revisas de modo monótono y desganado. Al final de la jornada, entregas los informes al capullo del jefe y te marchas deprisa como si corriendo pudieses dejar atrás la rutina que persigue tu vida  laboral desde que aprobaste la oposición. 

     Odias tu trabajo, no aguantas a tu mujer y venderías a tus hijos al mejor postor pero sigues, porque es lo que se espera de ti y lo que se supone que debes hacer. Al menos no te exigen ser el mejor. Tu mujer te conoce desde hace demasiado pero se conforma con lo que le ha tocado siempre que sigas llevando el pan y tus hijos son demasiado pequeños para empezar a dejar de idealizarte. En el trabajo cometes errores que afectan a los demás pero ¿a quién le importa? Todos somos humanos y quien no defraude no tiene nada que temer. Si algo está mal protestarán, se revisará y si te has equivocado, ya sea por vía administrativa o judicial, ya sea más tarde que pronto, se solucionará el error y volverán felices a sus vidas teniendo una buena historia que contar a sus amistades con la que confirmarán lo mal que funciona la Agencia....

     La vida no te trata bien, Martínez, te ha devorado. Cansado, desmotivado, harto de lo cotidiano...¿cómo no ibas a equivocarte de vez en cuando? Y esos papeles que pasan ante tus ojos a diario de mil en mil... es normal que hayas tenido un despiste tan tonto. No te preocupes, le podría haber pasado a cualquiera, no pasa nada, hombre. 

        ¿A qué inspector no le han colado algunas facturillas falsas alguna vez?

     

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