sábado, 7 de enero de 2012

LA CARTERA


Durante el paseo observaba detenidamente a mi recién adoptado compañero tratando de averiguar el nombre que mejor se adaptaba a su personalidad. Sin llegar todavía a una conclusión certera, se acercó al neumático posterior del vehículo aparcado justo enfrente de la sucursal y decidió comenzar a marcar territorio. Me fijé en sus puntiagudas orejas, en su pequeño hocico y en aquel gracioso mechón blanco que adornaba su patita y que destacaba graciosamente al levantarla para llevar a cabo la tarea evacuatoria. Al terminar, se dio la vuelta para comprobar si su obra había alcanzado las dimensiones por él pretendidas y fue justo cuando descubrí, pegado al bordillo de la acera, medio incrustada en la boca de una alcantarilla una cartera de piel oportunamente cubierta por varias piezas desprendidas de hojarasca otoñal.

Comprobando que nadie había reparado en mi descubrimiento, la recogí con el mayor disimulo posible, utilizando, a modo de parapeto, la bolsa plástica que portaba para recoger las futuras heces de... Innombrado ( el asunto del bautismo había dejado de ser prioritario en aquel instante). Todavía en cuclillas eché un rápido vistazo al interior; tenía todo tipo de documentación, el monedero vacío pero en el portabilletes pude contar, guardados en dos dobleces, doce billetes de quinientos euros y alguno más de distintos colores que no perdí el tiempo en contar.
Halagado por la fascinante habilidad del lector a la hora de calcular el montante total, me incorporé, sobreviniéndome una terrible duda ética acerca de lo que sería más conveniente hacer. ¿Sería mejor ingresarlo en mi cuenta bancaria o por el contrario debería guardarlo en casa y gastarlo poco a poco? Mientras dejaba a Innombrado en su nuevo hogar y le servía algo de líquido, pensé que no debía ingresar el dinero sin más. Si preguntaban, no podría justificar tanta cantidad y posiblemente levantaría sospechas. Además no tenía la certeza de que fueran de curso legal; podría meterme en un buen lío. Lo mejor sería ir de uno en uno, a doce oficinas distintas, de este modo seguro que no harían tantas preguntas. Pero, ¿y si el dueño ha denunciado el robo y los billetes están marcados? Definitivamente, pensé que sería más seguro guardarlo y cambiarlo en la calle.

Me acerqué de nuevo a la zona donde encontré la cartera y descubrí un hallazgo escalofriante, entre comercios y municipales conté siete cámaras de vigilancia en la manzana. Salí del barrio y entré bastante nervioso en una cafetería. Necesitaba pensar, pedí un café y cogí una revista para parecer sereno. Podía pagar el café con el billete pero no iban a querer cambiarme y no me convenía ir por ahí comprando baratijas y tratando de endosar el papelón. Tenía que hacer una compra mayor. Fui hasta unos almacenes de corte sajón para ver que se cocía en la sección de informática, por ejemplo. En el trayecto, sentía que todos los transeúntes clavaban sus miradas en mí. Cada vez me notaba más nervioso y no podía dejar de mirar para atrás a cada paso que daba. En el interior del comercio, me pareció que trabajaba aquella mañana más personal de seguridad que el de costumbre. -"Es posible que a estas alturas todos hayan visto mi foto recogiendo esa maldita cartera". Una gota de sudor manó de mi frente al tiempo que decidí salir del local a paso ligero.

A estas alturas, sabía que mi dinero estaba sucio y tenía que buscar una manera de blanquearlo. Se me ocurrió, sin mucho convencimiento, pasar por alguna administración de lotería para ver si había caído algún premio aquellos días por ahí. Podría comprar algún boleto premiado como dicen que hacen algunos políticos y empresarios. No tenía más que acercarme al lotero y preguntar si conocía a algún afortunado interesado en vender su décimo... parecía evidente que ese tampoco era el camino. Un desconocido haciendo preguntas... nada le impediría al vendedor llamar a la policía sin plantearse un instante que no puedo ser tan tonto para preguntar, si mi intención ulterior fuese cometer un robo a mano armada. Podría explicarlo y confiar que me entendiese, pero arriesgaría demasiado...y, además, mi cara no se parece a la de Fabra.

-"Amigos, eso es, amigos. Conozco a unos cuantos que tienen pequeñas empresas. Les explico la situación y lo arreglamos con un par de facturas que no van a ningún lado. Perfecto", pensé. Lo malo es que a los honrados no seré capaz de convencerlos y los que pudiesen estar dispuestos a ayudarme... ¿por qué no iban a querer sacar tajada? Me pedirían, ¿cuánto? ¿El cincuenta por ciento? Si hay algo que tengo claro es que no llegaré a ningún acuerdo con ese hatajo de egoístas que no están dispuestos a echar una mano sin pedir nada a cambio. No se puede ser más miserable.

Hacía hora y media que tenía en mi poder aquella furtiva fortuna y ya pensaba que los eficaces detectives nacionales no tardarían en echarme el guante así que hice lo que cualquier ciudadano honrado habría hecho en mi lugar. Llamé a la prensa para que mi buena acción no cayese en saco roto y entregué lo encontrado en la comisaria. Al poco, se presentó el propietario. Al verle me alegré. Podía haber sido cualquier otro ricacho impresentable pero era uno de los cabezas de lista de mi partido político. Le expliqué que no dudé un segundo en devolver la cartera y me felicitó por haber actuado bien. Me explicó que el dinero iba a donarlo a una asociación benéfica cuando se extravió. Nos hicimos unas fotos y salí en las páginas locales del diario de la ciudad. Lo mejor fue que me dió una suculenta gratificación como compensación de doscientos cincuenta euros.

-"¿Me los puedes dar en billetes pequeños?", le dije. Nos dimos un fuerte apretón de manos.

1 comentario:

  1. Sin duda con final feliz. Se nota que estas amables fiestas han calado en el narrador. Un bicazo.

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