lunes, 12 de diciembre de 2011

PAGANDO LAS CUENTAS DEL REY (PARTE I)


Cuentan que un rey, temiendo por la quebradiza situación política (cuando no lo es), organizó un "Torneo Internacional" con el fin de reunir a los más prestigiosos caballeros y nobles de las diversas regiones del Imperio. Presumió que el espíritu combativo y lúdico del evento, serviría para fomentar la maltrecha camaradería y la cohesión de las distintas insignes estirpes que lucharían frente a los enemigos extranjeros defendiendo el blasón nacional.

En un golpe maestro, convino en adjudicar la sede del evento a una de las comarcas más díscolas y rezongantes con sus mandatos. Sus ciudadanos al conocerla, recibieron la noticia de buen grado pensando en el beneficio económico que podría reportarles albergar a gran cantidad de visitantes sedientos, hambrientos y deseosos de diversión. Aseguróse el astuto monarca, así, el respaldo popular a su iniciativa que, aun sabiéndose puntual, resultaba necesario para apuntalar el éxito organizativo.

Conste que es error de recepción (por el que ruego, uno por uno, disculpas a todos los futuros lectores) y no de transmisión del mensaje, el olvido de la fecha de inauguración del acontecimiento pero en nada emborrona el relato que de ella hayan transcurrido cuatro o ciento veinte lustros si en verdad conseguimos reflejar fielmente los aspectos relevantes del mismo. Y destacado fue el ambiente vivido aquella noche en la que los más valerosos caballeros de todo el planeta por aquel entonces conocido desfilaron portando dignamente los estandartes correspondientes ante el entusiasmo y el enfervorecido aplauso del numeroso populacho congregado llegado a tiempo desde las más remotas aldeas del reino y de una minoría significativa de ciudadanos extranjeros invitados para la ocasión con el fin de acompañar y jalear a los suyos.

Dicen que en el transcurso de las contiendas, que duraron más de doce noches, los intrépidos guerreros ofrecían sus victorias frente al palco improvisado al monarca y su familia que disfrutaban las disputas con interés y atención. Pero era en las veladas, de mesas interminables en las que se amontonaba sin mesura la fruta y la carne y donde corría el vino como si se acabara de descubrir, donde en realidad los jóvenes aguerridos celebraban sus victorias con estruendo o enmascaraban el escozor en dignidad que producían las derrotas.

No son pocas, ni tienen por qué parecernos malas, las lenguas que relatan cómo en una de esas ubérrimas madrugadas, varios de los combatientes de diverso linaje y condición unidos por la satisfacción común que les otorgó su brillante participación en la sortija recordaron la felicitación dedicada por la fecunda infanta. Entre chacotas iban alimentando el tono lascivo paulatinamente, imaginando una felicitación más íntima y ferviente hasta que confundieron orgullo y hombría con fanfarronería apostando conseguir los favores de la menor de las hijas de su majestad.

Desde el acervo popular se aseguraba que la noche siguiente, uno de ellos, en un arrebato de quien sabe si galantería o la más absoluta de las simplezas ganó la apuesta.


No hay comentarios:

Publicar un comentario